En el devenir de la vida, se encontraba Francisco sólo, pensativo, meditando
con múltiples y profundas interrogantes que asaltaban su corazón.
Caminaba con pasos pausados contemplando la vida a su alrededor,
pero nada lo cautivaba, nada que no fuese su Señor.
Reflexionaba mientras andaba por las calles de la amurallada ciudad donde creció,
y al pasar por ahí, más de uno reconocía al Santo Varón,
ya que en muchas ocasiones él había recorrido esas calles como un gran Trovador
con cantos que había entonado henchido de emoción.
Pero ahora la condición del Trovador era diferente,
pues había dejado el siglo para alcanzar la eternidad.
Había abandonado prestigio y comodidad familiar
para ser libre y apostar por lo celestial.
Nada anhelaba más, el Poverello, que unirse a su gran Amor,
todo cuanto emprendía, lo hacía para agradar a La Fuente de su inspiración.
Desde su interior y desde fuera buscaba un medio que lo ayudara,
un medio que lo guiara al que es Todo Hermosura, al que es Todo Amor.
En tiempos del siglo había sido pretendido, el noble Varón
y, aunque las pretendientes estuvieron muy cerca de él, en sus andanzas;
ninguna logró habitar su corazón
porque su Sagrario estaba reservado a un Eterno Amor.
Conoció a una Dama que ante los ojos de muchos, carecía de atracción;
era una doncella con pureza y elegancia singular
que Francisco contempló con los ojos de su alma
y estando maravillado, el Poverello, actuó para que ella lo notara.
Con toda gentiliza, el Trovador de Dios, se acercó para saludarla
y ella, cual noble doncella, atenta le correspondió.
Oh la maravilla de un encuentro inusual, un encuentro trascendente,
donde dama y caballero de realezas diferentes… coinciden.
Compartiendo para conocerse, conversaron y rieron juntos
como dos almas gemelas que atinaban en sus quereres.
Y aunque para muchos parecíanles desubicados,
era un gozo para ellos saberse por el mismo Altísimo amados.
Buscaba el Varón de Asís que ella caminase a su lado,
porque cuando la veía, contemplaba en la Doncella la gracia del cielo.
No tenía duda, Francisco, que la había conocido por Santa Providencia
por ello quería ser, en ella, ofrenda para el Eterno Amado.
Con el transcurso del tiempo, el agrado entre ambos crecía
hasta el grado en que sus latidos se acoplaban.
Claramente era amor hacia la Dama, lo que Francisco sentía en su interior,
y ella, entre suspiros, se sentía amada por un Caballero que Dios le eligió.
Gustaba, la acortejada, de todas las cosas que Francisco le decía de su Señor,
pues el mismo Señor que era para ella, lo era también para el humilde Varón.
Eso encantaba enormemente al Caballero
tener con ella el mismo anhelo, al mismo Dios.
La bendición que había encontrado el Poverello
era a su compañera de camino hacia El Camino,
ya que para ella no era nada ajeno hacia dónde lo guiaría,
su encomienda celestial era llevarlo hacia el Sumo Bien, el Bien Total.
Al emprender su osada travesía, Dama y Caballero juntos,
fueron la impronta para atraer corazones hacia la Buena Nueva del Crucificado;
desde humildes campesinos que no conocían de letras ni modales,
hasta importantes y refinadas familias como los Ofreduccio y los Settesoli.
Como una pareja sin igual, Francisco y la Dama noble, recorrieron variados lugares juntos.
Visitaron lejanas regiones de poderosas culturas y credos diferentes
y también humildes comarcas donde festejaron un bello nacimiento con la gente.
Todas éstas, eran vivencias que unían más a los emisarios del Rey Eterno.
Algo que a ella le encantaba ver, era cómo su caballero amaba a las criaturas del Amado.
Veía cómo los animales eran partícipes de su ternura,
cómo su sensibilidad se inflamaba ante las variadas plantas y el perfume de las flores,
y no perdía oportunidad para contemplar al Creador en su hierofánica presencia.
Muchos signos como estos mostraban la gracia en la que ambos se encontraba
una gracia que los purificaba y moldeaba con gran intensidad.
A este fenómeno de intimidad se le ha nombrado de muchas maneras
pero la palabra más precisa es… Santidad.
Esta íntima unión que la Pobreza y el Caballero tenían
se nutría día a día de la Divina Fuente donde había surgido;
por ello no era nada raro que sus loas madrugaran para esperar la aurora del Señor,
y sus oraciones continuaban iluminando sin importar la puesta del sol.
Qué infinita gloria y gracia la que Francisco recibió de las Alturas;
Allí donde se inundaba de caridad, con una mezcla de profunda ternura y excelsa humildad,
fue visitado por La Luz de la luz, por el Amor que está sobre todo amor,
pues se presentó ante él, la mismísima Gracia Pura alada como un Serafín.
Qué Maravilla tan Grande, qué misterio tan Tremendo, Fascinante y Augusto,
el haber contemplado al Autor de todo, a Aquel que le había regalado su Imagen y Semejanza.
Pues Ese Mismo estaba ante el pobre Varón para asemejarlo de nuevo con mayor cercanía,
replicando en el Poverello sus extremidades y costado como un gesto de amor correspondido.
Después de haber sido herido, el Caballero, con muestras corpóreas de amor bendito,
fue envuelto en brazos por la Pobre Dama que había presenciado todo.
Y, mientras el hermano que lo acompañaba seguía perturbado y paralizado por el asombro,
el Trovador de Dios, sólo continuaba diciendo: “Mi Dios y mi Todo, mi Dios y mi Todo…”.
La Dama pobre había guiado al Santo Caballero hacia una manifestación sublime;
hacia una confirmación externa de lo que Dios estaba haciendo al interior del Varón;
y al haber logrado que el muy preciado recipiente se llenara con el favor Divino,
no quedaba más que impregnar también a los que lo rodeaban, con la misma gracia del cielo.
He ahí la labor de su Doncella, he ahí la obra de la Dama humilde,
acompañar al enamorado para despojarlo de los deseos efímeros;
para limpiar el ser, hacer y sentir del anfitrión afortunado,
y preparar en él una morada con pobreza de espíritu para recibir al Eterno Amado.
Todos eran testigos de lo que Francisco y su Dama profesaban,
La Buena Nueva que compartían, traspasaba a sus semejantes,
hasta el grado en que las aves, en grupo la recibían, como inspiración a sus melodías
y así como gozaban ellas, gozaba también el que en Gubio vivía.
Hermosa fue la obra que la amada pareja pregonó sin medida;
y, aunque el Poverello sabía que su paso por esta vida era temporal,
él solo tomaba de la mano a su compañera y fijaba la mirada en la Eternidad
con la certeza de que, el que es la Vida los esperaba al final.
Fueron muchos los prodigios que el Padre del cielo manifestó a través de ellos,
fue grande la obra que Francisco realizó en nombre de su Señor,
pues la gracia del Espíritu era quien los acompañaba en la divina labor
que Caballero y Dama realizaban para extender el mandamiento del Amor.
En alabanza a Cristo y a su siervo Francisco. Amén.
– fray Jonathan GaZent OFM Conv.